Julio Galán

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Julio Galán, estuvo presente veinticinco años de mi vida. A sus 18 años, pasaba todas las tardes en casa después de la Universidad. Recuerdo que pintó la mesa principal de la sala, era un oso feróz con garras, más tarde, mis padres tendrían que “achatar” las filosas uñas de hierro con masking tape para que mi hermano y yo no nos hiriérmos.

Fue hasta diciembre de 1993, que lo vi en su exposición de la galería por primera vez. Julio regresaba triunfante de la ciudad de Nueva York; con tan sólo 36 años había expuesto con la galerísta más importante Annina Nosei y volvía a su tierra a recibir su merecido aplauso. Desde esa noche, Julio y yo encontrámos una manera muy especial de comunicarnos. Muy pronto entendí que la naturaleza de Julio era la de un genio, de esos que como dice en su ensayo Alberto Quientero:

“Además de ser pintor, Julio Galán fue más. Julio no se conformó con ser una cosa u otra. Su deseo por el mundo fue tan grande que quizo fundirse y serlo todo con él”

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